Un idilio de una temporada, un primer (e incomprensible último) baile blaugrana.
Román llegó a Barcelona en 2002 de la mano de Joan Gaspart (su último año en la presidencia, el del desastre) con 2 Libertadores y 1 Intercontinental debajo del brazo; saliendo de un proyecto ganador como lo fué el Boca del virrey Bianchi, donde, dixit: "No se perdían finales".
Coincidió con la segunda embestida de Van Gaal, que ni siquiera acabó la temporada en el banquillo, pero que comenzó a dar minutos a Carles Puyol, Xavi, Victor Valdés y Andrés Iniesta. Lamentablemente, Van Gaal fué un entrenador que no supo utilizar su talento y lo acabó relegando a un segundo plano, reconociéndole abiertamente que él no había pedido su fichaje y, tras una floja temporada, llevándolo a una incomprensible cesión al Villareal.
En El Madrigal compartió vestuario con un elenco de jugadores que marcarían época en el fútbol Europeo como Forlán, Pepe Reina, Sorín, Cazorla y ex-compañeros de Boca como Arruabarrena y Palermo.
Llevó al equipo de la cerámica, relativamente un recién ascendido, a sus mejores temporadas en Primera División y a una inolvidable semifinal de Champions contra el Arsenal, donde estuvieron muy cerca de brindarnos una final de época contra el FC Barcelona.
Sus detractores dirán que a Román siempre "le faltaron cinco para el peso" pero su estilo, su magia y sus logros dictan sentencia. Tal vez un adelantado a su tiempo, seguramente un grandísimo e incomprendido jugador.
Posiblemente, si la história se hubiese comenzado a escribir en Castellón y de allí, hubiese dado el salto a un grande, su experiéncia europea hubiese sido muy distinta; pero si rebobinamos, nos daremos cuenta de que Riquelme ya estaba en un grande y volvió a Boca para continuar su espectacular carrera destilando magia hasta su retiro, una carrera donde ganó 10 títulos a nivel de club, entre ellos los mas laureados del continente.